Por una abrumadora mayoría, en medio de un tembladeral mediático, que preanunciaba otra vez su defunción al frente del Ministerio de la Pelota, Julio Humberto Grondona fue reelegido por otros cuatro años para que permanezca, como lo viene haciendo desde 1979, en su condición de señor feudal del fútbol argentino asentado sobre el Gran Puerto.
Con 80 años recién cumplidos, discípulo dilecto del puntero radical de derecha Herminio Sande, dueño y señor de Independiente de Avellaneda, el ferretero de Sarandí no supo de una trayectoria entre buenos modales. Con su hermano Héctor, por los ´50, cosa de abrirse paso y no pisarle los callos a nadie, vio el manchón de tierra de nadie en ese sector del sur del GBA, y fundaron el Arsenal Fútbol Club con el objetivo de ser un semillero más, como se les decía entonces, a los encargados de campear, recoger y empezar a formar las grandes estrellas para vendérselas a los grandes del fútbol de entonces. La ubicación estratégica del club, entre Quilmes y la capital, les dejó un terreno fértil y monopólico. Más si se contaba con el aporte de un héroe ignorado en la materia, como el Gordo Díaz, encargado de patearse todos los potreros entre barriales, mirando el futuro entre el piberío. Humberto Dionisio Maschio fue el primer fruto. No se puede decir que empezaron mal. En los tramos finales de la vida el estadio de cemento de Arsenal, para colmo desde unos años militando en primera división, que lleva su nombre, constituye en un verdadero mausoleo. No está para nada mal si se compara con los orígenes. Desde hace un cuarto de siglo su otra ciudad de residencia es Zurich, sede de la FIFA, donde ocupa una vicepresidencia y maneja nada menos que la tesorería.
Don Julio resume bienes y males del entramado social argentino. Difícil que haya un hombre más vituperado, insultado, denostado y rechazado. Pero desde 1979, cuando llegó a la presidencia de la AFA casi de casualidad, nunca le puso el revólver en la cabeza a nadie para que lo votaran. Eso sí, siempre tuvo a mano La Caja, fuente de toda razón y justicia.
El lugar común de los ataques progres lo sindican como pollo del otrora todopoderoso almirante Carlos Lacoste, sombra de Massera y factótum de la Copa de 1978. Sin embargo, en 1979, Grondona fue elegido por descarte. El número puesto, que se negó, era Santiago Leyden, ejemplo de ejemplo a cargo de esa perfección institucional que fue Ferrocarril Oeste hasta que la corrupción privada lo correyó y lo carcomió por dentro, dejándole sólo las tribunas de quebracho.
Don Julio no pudo haber tenido un debut más auspicioso y significativo de lo que sería su sultanato. Apenas había terminado de probarse el sillón de Viamonte al 1300 cuando en uno de esos episodios que no hay manera de calificarlo como no sea de confusos, el entonces defensor de Vélez, el peruano Rodulfo Manso, a los postres y un poco ensopado en vino, se fue de lengua y contó de los 30 mil dólares recibidos para ir a menos en el famoso partido del 6 a 0 en Rosario, decisivo en la clasificación de 1978. Junto a él estaba el ex campeón argentino de los medianos, peronista el hombre, padre de la mutual de boxeadores que funciona hasta la actualidad, que cumplía funciones no del todo claras en el club de Linierse, Jorge Fernández, para servir de testigo. El escándalo fue tan mayúsculo como la rasgada de vestiduras. Pocas veces se televisó en directo algo tan denigratorio como el pobre negro cantando la palinodia y firmando un acta donde negaba lo que había afirmado. A su lado, suavemente ofendido pero correcto, el flamante presidente de la AFA, Julio Humberto Grondona, daba el puntapié inicial a su sultanato. Dos copas mundiales, un vicecampeonato, cantidadad de torneos menores y una caja siempre con jugoso superávit completan lo brillante de su gestión, que ha atravesado todos los gobiernos y hoy vive con el actual, hasta el momento, el más cálido de los romances. Para casualmente flanqueado por dos quilmeños, como José Luis Meizner y Aníbal Fernández, consiguieron conectar la bomba de tiempo llamada Fútbol para Todos, un engendro sociocultural nefasto que hace que el Estado se adueñe y subsidie el desquicio político/administrativo de los clubes. Con el importante poder de llegada sobre todo a los rincones más aislado e inhóspitos del país, porque los tres grandes centro urbanos le son políticamente desfavorables, a razón de unos 800 millones de pesos anuales, bajo el manto demagogo de la gratuidad, ha conseguido convertirse en un ariete propagandístico oficial realmente formible, sobre todo si se toma en cuenta lo que no se admite: en cualquier país la población futbolera siempre girar alrededor del 20%, cuando mucho el 25%, mediante lo cual esa insolencia que son los sueldos de los jugadores y DTs de primera línea, los negociados de los dirigentes y la legión de intermediarios, han pasado a ser subvencionados por este otro impuesto indirecto a la gran población sin distingos, sobre todo pobres y marginados. "El fútbol es algo de pocos por el que mueren muchos", supo decir al pedo y al viento Dante Panzeri.